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Foto del escritorElidio La Torre Lagares

Saber y Ser en Maniac, de Benjamín Labatut

Actualizado: hace 5 días

Maniac es polisémica desde múltiples perspectivas.Labatut construye una red de historias, universos cuánticos que, aunque dispares, obedecen a las mismas fuerzas gravitacionales del texto.



Leon Lederman postulaba en 1993 que, si el universo era la respuesta, entonces, ¿cuál era la pregunta? Su libro, escrito junto a Dick Teresi (quien no es físico, sino escritor), emprende una búsqueda por la llamada partícula de Dios, conocida también como el bosón de Higgs. Este término desencadena una serie de reacciones lógico-semánticas que se afectan mutuamente para explicar la existencia de una partícula elemental fundamental en el campo de la física de partículas. Más allá de las fórmulas matemáticas, el detonador de la llamada partícula de Dios reside en que fija una connotación espiritual a una búsqueda científica.


Dios tiene muchos nombres y puede manifestarse de cualquier forma, incluso cuando argumentamos que no existe (lo que, paradójicamente, lo hace existir). Por eso Lederman llega a la más poética de las ciencias, la física, desde una búsqueda de espiritualidad: porque no tiene como llamarle de otra manera, y no hay otra manera de explicar lo inexplicable, aún para un científico, que admitiendo la presencia de un poder o inteligencia superior.


Desde Platón hasta Nietzsche, esa búsqueda es primordial en el ser humano que anhela trascender sus limitaciones y valores tradicionales para convertirse en un ser, digamos, superior. No un mero animal, no, sino en un animal pensante. Pero, al fin y al cabo, un animal. Y del tipo Alpha. La búsqueda por un bien inmaterial, intangible, que a través de nuestro sistema de percepciones nerviosas se convierte en placer, conocimiento o, como suele ocurrir frecuentemente, en poder.


De otro modo, ¿qué sentido tiene salir de la caverna en la alegoría de Platón si no es para acercarse a la grandeza? O, ¿de qué trata ese ideal de autotransformación y creación de nuevos valores en el Übermensch? Origen, creador, arquitecto del universo o lo que sea: el hombre aspira a robar el fuego divino que lo dota de la capacidad de trascenderse a sí mismo y, simultáneamente, destruirse.


Después de todo, los dioses no solo se prueban en la creación, sino también en la destrucción.


Y esto -y más- es Maniac, de Benjamín Labatut, novelista chileno que nos ha dado la mejor novela producida en Latinoamérica en los últimos 20 años. Y cuando hablo de «mejor» (un atributo hegemónico positivista del cual no nos zafamos tan fácilmente), me refiero a la manera en que el novelista ensambla un texto que a veces se lee como un registro expositivo que deslumbra por lo enciclopédico, decanta en la biografía y nos imanta con una prosa narrativa que, dentro de su linealidad progresiva, se adhiere a la atomización de las fuentes narrativas. Citas, cambios de perspectiva y la apropiación de las voces de personajes históricos se nos sirven como un ramen literario (no negaré que estoy escribiendo en Manhattan comiendo en Ichiran), un plato para degustar tanto en sus partes como en su totalidad, aunque muchos preferiremos llamarlo texto híbrido.


Maniac es polisémica desde múltiples perspectivas.


Labatut construye una red de historias, universos cuánticos que, aunque dispares, obedecen a las mismas fuerzas gravitacionales del texto. Los personajes en Maniac están articulados con una complejidad y profundidad notables, logrando humanizar a figuras históricas y científicas que, en su deseo de convertirse en dioses todopoderosos, comienzan a parecerse más a Victor Frankenstein. Su grandeza colapsa al descubrirse como seres humanos hechos de dudas, miedos y contradicciones. Los personajes vitales se equilibran en una especie de socialismo textual en el que la caracterización se reparte predominantemente en partes iguales, incluso cuando la dinámica nuclear del libro responde a la vida del matemático, físico y científico computacional húngaro-estadounidense John von Neumann, cuyo estatus de genio fue siempre indiscutible, según se aprecia desde sus contribuciones a las matemáticas puras y aplicadas, la mecánica cuántica, el Proyecto Manhattan, la computación, la cibernética y la teoría de juegos.


Von Neumann participó en el diseño de una de las primeras computadoras construidas para ayudar en la creación de la bomba nuclear: MANIAC, o Mathematical Analyzer, Numerical Integrator, and Computer. Von Neumann creía que las computadoras podrían algún día superar a los seres humanos, sentando las bases para nuestro presente de inteligencias artificiales.


Labatut no aborda temas como la creación de la bomba atómica, el desarrollo de la teoría de juegos y la invención de la computadora con mero ejercicio informativo; su inquietud es borgiana: ¿cómo mentes tan brillantes puedeb construir algo tan monstruoso?


Desde estas implicaciones éticas y filosóficas, Labatut nos muestra cómo su intelecto extraordinario también albergaba un pragmatismo amoral.


Lo que nos hace también nos destruye.


En la parte final de la novela, las ideas posthumanistas de von Neumann ya han producido la primera computadora capaz de jugar al Go, un juego de mesa estratégico de origen chino, conocido por ser uno de los más antiguos y complejos del mundo, con más de 2,500 años de historia. La novela, de hecho, se estructura como si fueran fichas en un juego de Go, hasta que vamos formando un sentido racional de la vida de von Neumann, desde su infancia hasta sus últimos días. Al utilizar un lenguaje de manera que no solo comunique ideas, sino que también cree atmósferas y evoque emociones, el autor demuestra una maestría estilística que hace que la novela sea no solo intelectualmente estimulante, sino también estéticamente admirable.


Ya al cierre de la novela, la máquina AlphaGo derrota Lee Sedol, el campeón mundial de Go, y solo será superada, a partir de entonces, por otra máquina programada con una inteligencia superior, llamada AlphaZero.


¿Qué nos quedará en un futuro de máquinas desplazan la manera en que intuimos y pensamos?


Labatut no nos da la respuesta. La encrucijada es entre el saber y el ser.


Tal vez, al querer ser como los dioses, los volvimos a crear, esta vez en forma de máquina.

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