Han habla de las tonalidades afectivas, que no solo acompañan, sino que configuran y orientan nuestras formas de pensar. El filósofo desentraña la íntima relación entre la mente y las emociones, revelando cómo estas últimas tiñen nuestra percepción del mundo
Byung-Chul Han, filósofo surcoreano-alemán, piensa habitado por la música. Una matemática sonora. Una geometría sagrada. Todo timbra, todo vibra. La tierra, las flores, las piedras. La energía se mueve constantemente a través de la tierra.
Le llaman resonancia natural, pero también es información. En Utah, la formación rocosa de Castleton Tower es un metrónomo en medio del desierto y resiste viento, ondulaciones y movimientos sísmicos, según los geólogos de la Universidad de Utah. Si vibra, timbra, y lo que timbra es como "La tonalidad del pensamiento", ensayo que presta su título al más reciente libro de Chul Han.
Pensar es una música, parece decir Han. Por eso sus libros no son los mismos siempre, como él mismo reconoce que le han objetado, sino variaciones de una gran composición con matices y motivos, momentos y movimientos.
Han, como en profunda meditación, dice que escribe entre flores, y como las flores huelen, su escritura también lleva un aroma. Claude Debussy componía rodeado de flores, dice Han, y por eso la música de Debussy es sinestésica: el sonido puede olerse, igual que un recuerdo puede estar impregnado de olores. El olor también es información, como los colores, aunque ciertamente es más poético decir "Ella llegó vistiendo un traje malva" que "Ella llegó vistiendo un traje #E0B0FF".
Lo curioso de las tonalidades es que refieren tanto al color como al sonido. Entonces, el sonido tiene color, y lo contrario también es cierto.
En los templos budistas, se cree que las vibraciones de una campana despiertan el alma dormida. Para los hindúes, el sonido de las campanas crea un aura que calma la mente y limpia los pecados de las cien vidas humanas. no es casualidad que las iglesias repican campanas para anunciar la misa.
Pero Han habla de las tonalidades afectivas, que no solo acompañan, sino que configuran y orientan nuestras formas de pensar. El filósofo desentraña la íntima relación entre la mente y las emociones, revelando cómo estas últimas tiñen nuestra percepción del mundo.
De colores la vida está llena, pero, ¿cómo suena un acorde azul? O mejor, ¿como suena un pensamiento oscuro?
El pensamiento no es una actividad puramente racional, sino un proceso entrelazado con las tonalidades afectivas que lo impregnan, arguye Han. Son tonalidades, como la tristeza, la alegría, la ansiedad y la serenidad; lentes a través de las cuales percibimos la realidad. Por ello Han se opone a la tradición filosófica que privilegia la razón sobre la emoción, y en su lugar propone un cambio, una visión que reconozca la profunda interdependencia entre ambas.
Desde una perspectiva fenomenológica, siguiendo la estela de su maestro Martin Heidegger, Han nos muestra que nuestras disposiciones afectivas abren o cierran ciertas posibilidades de interpretación y acción. Las tonalidades afectivas no solo colorean nuestras experiencias; moldean nuestro ser y nuestra manera de entender el mundo. Heidegger hablaba de los estados de ánimo (Stimmungen) como componentes fundamentales en la constitución del ser-en-el-mundo, y Han expande esta idea, situándola en el contexto de la modernidad tardía. O mejor, daltónica, por más que brillen las luces de colores.
El predominio de tonalidades como la depresión y el cansancio, para Han, son reflejos de las condiciones socioeconómicas del neoliberalismo. La lógica del rendimiento y la autoexplotación generan sujetos agotados, despojados de auténtica vitalidad emocional. La cultura neoliberal trivializa y mercantiliza las emociones, reduciéndolas a simples productos de consumo. Han denuncia esta superficialidad emocional como una manifestación de la profunda crisis existencial que enfrenta la subjetividad en nuestra era. La agonía del Eros, lo llamó antes. La mercantilización del deseo, le llamo yo.
Ya antes, en La sociedad del cansancio, Han había abordado cómo el imperativo de optimización constante y la presión por el éxito individual conducen a una fatiga generalizada y a la obligación de ser exitoso y feliz. En La tonalidad del pensamiento, el libro que en su conjunto lo completan los ensayos «Amor/ Eros» y «Sobre la esperanza», Han amplía su crítica al explorar cómo dichas dinámicas afectan nuestras emociones y nuestra capacidad de pensar de manera profunda y significativa.
Nuestra sociedad del siglo XXI no es menos inteligente ni perezosa, como solemos escuchar a los que, cansados de vivir, también viven cansados para cambiar. La depresión y el cansancio son síntomas de una crisis estructural en la forma en que organizamos nuestras vidas y nuestras sociedades. Son rasgos patológicos de un sistema de valores que ya se ha resquebrajado y no puede ser remendado.
En una cultura donde las emociones se han convertido en bienes de consumo, se pierde la profundidad y la autenticidad de la experiencia afectiva. Las emociones son instrumentalizadas para fines comerciales, trivializándose en el proceso. Esta deshumanización refleja una lógica donde lo que importa no es la calidad de la experiencia afectiva, sino su valor de mercado.
Mi abuela solía decirme: «Lo que no deja, se deja». Igualmente, entramos en relaciones laborales, afectivas, sociales o simplemente casuales, pensando en cuánto «ganamos» con nuestros actos.
Han admite que descubrió la felicidad entre flores, en su jardín, en el contacto con la tierra, cuya voz interior ya no escuchamos por nos hemos des-terrado, nos hemos deshecho en figuras complacientes que no se encuentran cuando se buscan, porque ya no están. Se han diluido en screennames, avatares y réplicas perfeccionadas de nosotros en Adobe Firefly.
Han aboga por una recuperación de la profundidad afectiva, una vuelta a una relación más auténtica y significativa con nuestras emociones, que permita un pensamiento más rico y matizado.
Necesitamos repensar nuestra relación con las emociones y el pensamiento, nos dice. En lugar de verlas como entidades separadas, debemos reconocer su interdependencia y su influencia mutua. Esta perspectiva nos invita a considerar cómo nuestras condiciones socioculturales actuales tornean nuestras experiencias afectivas y nuestras formas de entender y habitar el mundo.
La recuperación de una autenticidad emocional implica también una crítica y una transformación de las estructuras socioeconómicas que nos llevan a la superficialidad y la autoexplotación.
"La tonalidad del pensamiento" de Byung-Chul Han ofrece una crítica incisiva a la superficialidad emocional de la era neoliberal y sugiere una vía hacia una mayor autenticidad y profundidad en nuestra vida afectiva y cognitiva. Al integrar emoción y pensamiento, Han nos invita a reconsiderar nuestra subjetividad en el contexto de las dinámicas socioeconómicas contemporáneas. La emoción no vive separada de la razón.
Ya nos ahoga la superficialidad y el agotamiento. Ahora toca recuperar la vida emocional auténtica como estandarte esencial para resistir las presiones de un sistema que nos deshumaniza.
La tonalidad del pensamiento es, así, una invitación a reconectar con la profundidad de nuestra existencia afectiva y a reimaginar una forma de vida que nos permita ser plenamente humanos.
Y al final, quizá lo que nos separa de los humanos no es la inteligencia ni el lenguaje, sino los afectos.
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