Peter el Rojo no busca la libertad, sino una salida. La distinción es crucial: la libertad implicaría la posibilidad de regresar a una condición previa, mientras que la salida es la inserción en una estructura que permite la continuidad de la existencia sin emancipación real

Kafka escribe Informe para una academia como una confesión paradójica, una exposición metódica donde la palabra se convierte en la última jaula. Peter el Rojo, simio convertido en orador, no relata su conversión con júbilo, sino con la gravedad de quien ha sido despojado de su esencia para garantizar su supervivencia. Su metamorfosis no es una ascensión, sino una claudicación. Lo que el informe documenta no es tanto el tránsito del animal al hombre, sino la violencia de la maquinaria que instituye esta frontera. Es aquí donde el relato kafkiano encuentra su reflejo en Lo abierto, donde Agamben desentraña el dispositivo que define lo humano a partir de la exclusión de lo animal.
I. La domesticación como captura de lo viviente
El relato kafkiano está enmarcado en la lógica de la racionalización: un informe dirigido a una Academia, la institución por excelencia del saber antropocéntrico. No es casual que la exposición de Peter el Rojo siga la forma de una argumentación ordenada, como si la posibilidad de ser escuchado dependiera de su sometimiento al logos. La humanidad, en su devenir histórico, ha construido su identidad a través de la producción de un afuera —el animal—, domesticándolo hasta anularlo en el interior de su propia estructura. Peter el Rojo, al hablar, al narrar su conversión, consuma su propia desaparición como simio.
Agamben plantea que la separación entre lo humano y lo animal no es un dato natural, sino el resultado de una máquina antropológica que inscribe la animalidad como lo que debe ser superado. En Informe para una academia, este proceso se manifiesta en la erradicación de todo vestigio de la existencia anterior de Peter el Rojo: no se trata de aprender, sino de despojarse, de olvidar.
II. La "salida" como simulacro de libertad
Peter el Rojo no busca la libertad, sino una salida. La distinción es crucial: la libertad implicaría la posibilidad de regresar a una condición previa, mientras que la salida es la inserción en una estructura que permite la continuidad de la existencia sin emancipación real. Su destino final es el espectáculo: la puesta en escena de su humanidad adquirida ante una audiencia que lo sigue viendo como otro, como anomalía, como umbral entre el hombre y la bestia.
Agamben analiza el estatuto del animal en la filosofía occidental a partir de su exclusión del logos: es aquel que no habla, que permanece atrapado en su entorno inmediato, incapaz de abrirse al mundo. Sin embargo, en el caso de Peter el Rojo, la adquisición del lenguaje no lo inserta en la humanidad plena, sino que lo convierte en un ser que habita el intersticio: habla, pero su voz es la de un otro domesticado, controlado, domesticable. Su "salida" es un desplazamiento hacia otro tipo de reclusión, no una auténtica emancipación.
III. La parodia del progreso
Kafka subvierte el relato del progreso y de la evolución. La conversión de Peter el Rojo en humano no es la culminación de un proceso natural, sino la imposición de una violencia estructural. Su testimonio pone en evidencia que la humanidad se funda en una separación arbitraria: la distinción entre el hombre y el animal es el resultado de una operación histórica, no de una diferencia esencial.
En Lo abierto, Agamben examina imágenes medievales donde los beatos aparecen con cabezas de animales, sugiriendo que en la consumación del tiempo mesiánico la distinción entre lo humano y lo animal se anula. Sin embargo, en el universo kafkiano, esta reconciliación es imposible. Peter el Rojo no pertenece a ningún lado: ni al mundo que ha dejado atrás ni al mundo al que ha sido forzado a ingresar. Es una anomalía viva, la encarnación de la crisis del dispositivo antropológico.
IV. El aprendizaje como violencia
Peter el Rojo no aprende de manera espontánea; es forzado a adaptarse. Cada gesto humano que incorpora es una marca de su domesticación, una herida en su identidad original. En este sentido, el relato kafkiano resuena con la cognitio experimentalis de Agamben, el conocimiento que se obtiene a través del sometimiento de lo viviente. La ciencia, la pedagogía, la civilización, todas operan como dispositivos de captura que inscriben una verdad construida sobre la negación del animal.
Así, la historia de Peter el Rojo no es simplemente una alegoría sobre la asimilación cultural o la opresión social, sino una exploración radical sobre el modo en que la humanidad se constituye a través de la exclusión. Su conversión no lo convierte en humano, sino en una representación humana, en una existencia liminal que solo puede existir en la medida en que se le observe y se le registre como fenómeno.
La bestia que habita el umbral
Kafka y Agamben convergen en una misma intuición: la frontera entre lo humano y lo animal no es estable, sino un umbral en constante redefinición. Peter el Rojo, en su búsqueda de una salida, descubre que no hay exterior a la máquina que lo captura: su existencia sigue siendo una forma de confinamiento, aunque sus barrotes hayan cambiado de materialidad.
La pregunta que Kafka deja abierta no es qué nos hace humanos, sino qué nos fuerza a definirnos como tales. Si el relato de Peter el Rojo nos inquieta, es porque nos coloca frente a la fragilidad de la distinción que nos sostiene. En su informe, el simio que habla no nos cuenta su historia: nos muestra la nuestra.
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