Enmarcada en un ambiente ficticio pero extrañamente familiar, la novela es una exploración profunda de los mecanismos de control estatal y la psique humana bajo el yugo del despotismo.
En El Palacio de los Sueños (1981), escrito por el aclamado autor albanés Ismail Kadaré, encontramos una institución estatal encargada de recolectar, analizar e interpretar los sueños de todos los ciudadanos del imperio. El propósito de esta organización es descubrir y prevenir cualquier amenaza al estado a través de la interpretación de los sueños, considerados como premoniciones divinas o señales de subversión.
Albanés de origen, Ismail Kadaré falleció el pasado 1ero de julio de 2024 a los 88 años en su Tirana natal. Kadaré había visto mundo y lo llevaba en la memoria de la piel. De niño, vivió la Segunda Guerra Mundial, la ocupación de su país por la Italia fascista, la Alemania nazi y la Unión Soviética, hasta la instauración de la dictadura comunista de Enver Hoxha en Albania en 1944.
Kadaré es un maestro y, por tanto, produce una obra maestra que encapsula la esencia de la paranoia totalitaria y la represión burocrática. Enmarcada en un ambiente ficticio pero extrañamente familiar, la novela explora los mecanismos de control estatal y la psique humana bajo el yugo del despotismo.
Al comienzo, la turbia luz de la mañana asienta el tono. Aunque el protagonista, Mark-Alem, un joven de la prominente familia Quprili, presiente que va a ser un día grandioso, será un inquietante día en el Palacio de los Sueños, donde comienza a trabajar. El Estado, pronto nos enteramos, usurpa lo Real y encontramos a Mark-Alem buscando validación de su existencia en el Tabir Saray (el palacio de los sueños), que, según sus directores, es el sueño de todos los súbditos», por lo que es «uno de los pilares del Estado. «No existe pasión o pensamiento maléfico. adversidad o catástrofe, rebelión o crimen que no proyecte su sombra en los sueños», insisten los funcionarios. Por ello, trabajar en el Tabir Saray es enclaustrarse y rechazar lo extranjerizante, lo que es del exterior.
A medida que asciende en la jerarquía de esta institución opresiva, Mark-Alem experimenta de primera mano la maquinaria del poder y la represión. La novela sigue su evolución desde la confusión inicial y la sumisión hasta una conciencia creciente del horror y la absurdidad de la institución en la que trabaja y convierte a la narrativa en una representación vívida del control absoluto del estado sobre la vida privada de los ciudadanos. Con la genialidad de un Gogol o un Beckett, la novela retrata de manera detallada la estructura burocrática del Palacio de los Sueños y la naturaleza deshumanizadora y opresiva de la burocracia totalitaria. Los procedimientos meticulosos y la jerarquía rígida del palacio reflejan cómo la burocracia se convierte en una herramienta de represión, donde la humanidad y la individualidad son sacrificadas en el altar del control estatal.
Y es solo 1981 cuando escribe esto.
Ya no salen escritores así. En un mundo apocado por el conservadorismo, los regímenes teocráticos y la ultraderecha, disentir es de malos modales.
Kadaré, no obstante, fue (es) un escritor dotado con la habilidad para tejer narrativas que desafían las estructuras políticas de su tiempo. Asi, El Palacio de los Sueños se publicó en un momento en que Albania estaba bajo el régimen autoritario de Enver Hoxha. Aunque la obra no menciona explícitamente a Albania ni a su régimen, la alegoría es clara y poderosa, ofreciendo una crítica mordaz del totalitarismo y sus efectos corrosivos en la sociedad y el individuo.
A través de la recopilación y el análisis de los sueños, el estado invade el último bastión de privacidad y libertad individual, metáfora que ilustra cómo los regímenes totalitarios buscan dominar los aspectos de la existencia humana, desde los pensamientos conscientes hasta los subconscientes. Dicho así, el Estado es una traslación lateral del poder de la(s) Iglesia (s).
Los sueños en la novela sirven como una poderosa metáfora de la libertad y la imaginación. En un régimen que busca controlar incluso los sueños, Kadaré subraya la importancia de estos como un refugio final de la libertad personal. Sin embargo, al mismo tiempo, los sueños también se convierten en una fuente de vulnerabilidad, donde el estado puede detectar y castigar cualquier signo de disidencia.
Mark-Alem representa al individuo alienado en una sociedad opresiva. A medida que avanza en su carrera en el Palacio de los Sueños, se encuentra cada vez más desconectado de su propia humanidad y de los demás. La paranoia omnipresente y el temor a la vigilancia constante reflejan la experiencia del individuo bajo un régimen totalitario, donde la confianza se erosiona y la sospecha reina suprema.
Kadaré emplea un estilo narrativo que mezcla lo real con lo fantástico, creando una atmósfera onírica que acentúa la temática central de la novela. La prosa es precisa y evocadora, con descripciones detalladas que sumergen al lector en el laberinto kafkiano del Palacio de los Sueños.
La estructura de la novela, con su progresión lenta y meticulosa, refleja el funcionamiento interno de la burocracia que describe. A través de la experiencia de Mark-Alem, el lector es llevado a un viaje que desentraña las capas de la opresión estatal, revelando las profundidades de la manipulación y el control.
El Palacio de los Sueños ha sido interpretado como una crítica al régimen de Hoxha, pero su alcance es mucho más amplio, resonando con cualquier contexto en el que el poder absoluto amenaza la libertad individual.
Kadaré logra, a través de esta obra, capturar la esencia del totalitarismo y sus efectos devastadores sobre la humanidad. La novela sigue siendo relevante en la actualidad, ofreciendo una advertencia sobre los peligros del control estatal desenfrenado y la importancia de proteger la libertad personal.
Los sueños, reconocemos, sueños simplemente no son.
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